lunes, 16 de mayo de 2016

Adiós parcial
Jorge Luis Contreras Molina




Su mirada había aprendido a ser vaga desde hacía mucho tiempo. Seis hijos, dos pérdidas, tres nietos promedio por hijo, cuatro operaciones, algunas enfermedades reales, una voz que siempre fue de mujer, siempre apagada, siempre en sordina.  Cierta clase de vida que pasó de repente de la opresión paterna a la de un falso segundo padre que fue todo lo bien que pudo ser. Un trabajo de medio día, un corre-corre de todo el día, un querer criar, querer vivir, querer trascender de cierta indefinible manera. Una vida normal llena de ruido, llena de pequeños viajes siempre cerca, siempre para conseguir un ocio que la hacía un poco superior a las otras.  Una vida llena de voces cotidianas que sembraban rutina, responsabilidad, acciones mecánicas obligatorias y casi dignas. La mujer se hizo vieja mientras rezaba un Dios bendiga los alimentos.  De repente había canas, pocas energías, muchos prejuicios, y un mundo que se le había escapado.

María está ahora con su mirada vaga de siempre. Espera al nieto número cinco.  Entraron juntos a este restaurante moderno que no sabe de sentimentalismos. Él fue a comprar la comida rápida.  Él recibió una llamada de cierta mujer condenada al ciclo. Él salió sin pensar. Una llanta, un pequeño choque sin trascendencia, un susto menor, un te quiero aquí ahora que estás de vacaciones. Él no lo hizo por maldad porque tiene el alma buena. Solo salió a su compromiso inmediato. Solo olvidó a una vieja de mirada vaga.
UN EXPERTO
Conozco la noche. Nadie sabe más que yo de silencio, de negación, de oscuridad impermeable y perenne, de reflexiones absurdas, del motor que imagina nublado por ciegos seres. Me quedan veintinueve días.  Esto si aplico la inteligencia, la ley de los promedios y algo de la teoría de la probabilidad a las escuetas palabras del eminente doctor que hablaba de los plazos fatales como si viera llover. Pérdidas. De la memoria, graduales de ciertas funciones, repentinas de otras. Evadía la predicción. Si la dieta, si el clima, si los medicamentos, si el sistema inmunológico. Por fin acudió a cierta valentía que había olvidado. Entre uno y seis meses.
Sé mucho de laberintos. Nadie conoce mejor que yo la renuncia disfrazada, la esperanza poblada de inmoral rebeldía, el ir y venir montado en el péndulo de lo que quise, de lo que pude, de lo que debí ser. Hacer algo por la vida. Dejar el mundo mejor que como lo hallé cuando agosto en Totonicapán, dijo Felipe. Sucedió con cierta alegría. Varón, el primero, largo y fuerte, de piel clara, igualito a la imagen del abuelo que era casi un mito de la familia.
Memoria sensorial. Recuerdo tibias lágrimas viajeras, nobles brazos llevados al límite para resistir el embate hostil de alguna fiera imaginaria, pies perfectos deformados por el peso implacable de una labor destinada a las bestias, música feliz de un tiempo que se agosta hasta dejar de ser.
Aprendí a descifrar la vida. No toda. Solo ciertos fragmentos elegantes que conseguí en la tienda de sueños donde el porvenir se ofrece en cien cómodas cuotas. Cierto día de marzo recibí el beso que me marcó. Uno puede llevar este signo incluso cuando arrugas prematuras y parásitos hambrientos de vida han afeado un rostro que merecía un mejor destino.
Veintinueve. Ojalá no supiera contar. Ojalá soñara. Ojalá el mareo que produce ver y no al horizonte cotidiano fuera únicamente uno más de esos días informes que moldean las vidas. Quizá no nací en agosto, quizá ella no me besó, quizá los cien estudios y tratamientos falsos fueron un mal sueño, quizá tenga tiempo de visitar otra vez al que mira la lluvia, quizá este grito es un sordo reflejo que el espejo de los sonidos deforma con cierta malicia.


Mi lectura del Quijote, segunda parte, 74 – final

Jorge Luis Contreras Molina
En algún buen sueño fuimos héroes. Alguna mala realidad nos devolvió viles y chicos. Don Quijote, mientras Cervantes hizo el favor de preservarlo desquiciado, fue siempre un hombre elevado, claro, inconmovible. Ahora, horizontal, sufre de cordura. Está grave, con el signo de la muerte sobre sí.
El discurso de Quijano nos hiere hondo. Desdice a don Quijote. Nos desdice a todos los que hemos azuzado a Sancho para que se vuelva héroe y libertador de Dulcinea. Desdice a todos los que nos hemos dormido dueños de una fuerza moral y física más grande que los everest y tajumulcos. Desdice a los suspiradores, a los enamorados de un holograma, a los que perseguimos una voz solo nuestra, a quienes poseemos el viento, a los asidores del ocaso porque esconde una cierta aventura llena de monstruos y princesas.
Ni Carrasco, ni los otros implicados en la sanación del Quijote saben recibir al nuevo hombre. Quijano es ahora, por virtud de cierto largo sueño, un mortal común como lo son ellos. Hacen un último esfuerzo. Quieren despertar al gigante. Dulcinea está desencantada. Nada sirve.
Testamento. Sancho, su lealtad, merece todo el dinero. Inclusive reinos si alguna vez los hay. Lo demás es cosa corriente. Salvo alusiones a bodas cuyo único requisito es que el novio no sepa de caballeros andantes.
El Quijote es el testimonio eterno de que los hombres no somos mortales. Muere cuerdo. Loco vive en cada sueño que nos eleva de la falsa condición de mortales pusilánimes. 
Cervantes mató las novelas de caballería. Construyó la leyenda. A la grupa del Quijote muchos hemos querido cabalgar. Para sentir. Para vivir.

lunes, 14 de marzo de 2016

Borges poeta

Se vive maravillado cuando se lee. Google me captura con el anzuelo de un nombre de Blogger "disponible".  La primera entrada en esta aventura es la huella de un soneto.

Juan José Arreola,  el genio mexicano del Guardagujas, me ha dado noticias de estos versos impresionantes (él se atreve a llamarlos eternos) de Jorge Luis Borges:

H. O.

En cierta calle hay cierta firme puerta
con su timbre y su número preciso
y un sabor a perdido paraíso,
que en los atardeceres no está abierta
a mi paso. Cumplida la jornada,
una esperada voz me esperaría
en la disgregación de cada día
y en la paz de la noche enamorada.
Esas cosas no son. Otra es mi suerte:
Las vagas horas, la memoria impura,
el abuso de la literatura
y en el confín la no gustada muerte.
Sólo esa piedra quiero. Sólo pido
las dos abstractas fechas y el olvido.